El pasado 21 de abril se cumplieron 30 años del lanzamiento de nuestra querida Game Boy en territorio japonés. Los homenajes a la portátil de Nintendo se suceden pese a que aún falta de poco más de un año para que se cumpla el aniversario del lanzamiento en nuestro país (que concretamente, llegó a Europa a finales de septiembre de 1990). Hoy no queremos sumarnos a tantas y tantas webs que están compartiendo cifras de ventas o número de juegos lanzados la mercado, ya conocemos los hitos de la consola (que no son pocos). Hoy vamos a centrarnos en lo que supuso la llegada de un sistema como Game Boy a nuestras vidas, y por qué cambio radicalmente el panorama del videojuego en la década de los 90.
Los años 90, pese a que a muchos puedan parecernos que nos quedan aún a la vuelta de la esquina, eran muy diferentes a lo que hoy estamos acostumbrados. Eran los años en los que los salones recreativos estaban en pleno apogeo, los videojuegos (o las máquinas de matar marcianitos) no gozaban, ni muchísimo menos, de la aceptación social con la que cuentan a día de hoy. Esos sombríos lugares a los que la juventud del momento deseaba ir a pasar las tardes eran vistos por adultos y padres de la adolescencia de la época como centros donde se juntaba lo peor del barrio (y hay que reconocer, que en muchos casos, no les faltaba razón).
Los afortunados que tuvimos la suerte de disfrutar de algún sistema de videojuegos doméstico (que por aquel entonces, seguramente se tratase de una consola de 8 bits, ya fuera la NES de Nintendo, o cualquiera de sus versiones clónicas, o la Master System de SEGA) dependíamos por lo general de los hábitos de nuestra familia para jugar a la consola. No era habitual en las casas disponer de más de un televisor, y con suerte, te dejaban echar un rato con la consola las tardes al volver del colegio y más tranquilamente los fines de semana, algo que no saciaba nuestro afán de matar marcianitos.
Todo eso cambió en gran medida con la llegada al mercado de las consolas portátiles, pues como podréis imaginar (y como muchos descubriríais en aquel momento) no fue sólo la llegada de la consola como tal, si no la llegada a casa de vuestra propia pantalla, de la que nadie os podía echar para ver programas del corazón o a un joven Matías Prats presentando las noticias. Esto supuso toda una revolución para la chavalería de la época, que por fin podíamos dar rienda suelta a nuestras ganas de jugar en cualquier momento, sólo limitados por la duración de las pilas (sí, pilas, por aquel entonces pensar en baterías recargables era aún una utopía) o porque nuestras queridas madres nos quitaran la portátil si consideraban que nos íbamos a quedar ciegos de tanto jugar.
La irrupción de las portátiles, como su propio nombre indica, hizo que jugar a la videoconsola dejara de ser algo sólo limitado a las cuatro paredes de nuestra casa, y empezó a hacerse habitual una imagen que hoy tenemos ya (por suerte o por desgracia) muy asimilada. Chavales con la mirada clavada en la pantalla de su consola empezaron a llenar parques, restaurantes, patios de colegio, calles… muchos adultos se preguntaban qué hacían los chicos formando un corrillo alrededor de uno de sus amigos. En aquellos primeros años, el chaval que tenía la suerte de poseer uno de esos sistemas portátiles se convertía al instante en el amigo que todos querían tener, al que todos admiraban y al que deseaban arrimarse para, con suerte, poder probar su maquinita.
Poco a poco y con el paso del tiempo, las consolas portátiles fueron bajando de precio y era más sencillo hacerse con una. Durante años, fueron el regalo estrella de las comuniones de la época, así como lo que muchos pedían en cumpleaños o navidades. Con su popularización, las partidas a dobles (gracias a los famosos cables link) o el mercadeo e intercambio de cartuchos en los patios de colegios a lo largo y ancho de la geografía se fueron convirtiendo en imagen habitual. Era evidente que estas pequeñas consolas de videojuegos portátiles habían venido para quedarse, de eso no había ninguna duda, pero el futuro de algunas de ellas era incierto. No vamos a entrar en detalles ahora, no es el momento, pero todos sabemos que la consola que ahora cumple 30 años de su lanzamiento fue la que se llevó el gato al agua en cuanto a ventas, y aún hoy sigue siendo una de las consolas más vendidas de la historia.
No fueron pocas las grandes sagas como Zelda, Metroid, Mario Bros, Donkey Kong, Adventure Island o Kirby entre muchas otras las que multitud de jugadores descubrimos gracias a la “pequeña” (y lo entrecomillo, porque muchos recordaréis que a la primera Game Boy se la conoció en algunos ámbitos como “la ladrillo” o “la tocho”) consola de Nintendo. Que levante la mano quien, a escondidas de sus padres, no le dieron alguna vez las tantas de la madrugada jugando a la luz de una linterna bajo las sábanas de su cama. Horas y horas de diversión que cabían en la palma de la mano y que podías llevar a cualquier parte.
Las consolas portátiles cambiaron los largos viajes en coche, las esperas en la consulta del dentista y vinieron también, en contra de lo que muchos pensaban, a demostrar que siendo muy inferiores técnicamente a los sistemas de sobremesa podían ofrecer la misma e incluso más diversión a sus usuarios. Sí, han pasado 30 años desde que Game Boy llegó al mercado. 30 años en los que la industria ha evolucionado y crecido ante la mirada atenta de millones de jugadores. Pero no sólo ha sido la industria la que ha evolucionado, también lo hemos hecho nosotros. Nos hemos vuelto más exigentes, mucho más críticos.
Actualmente, podría parecer que la escena coleccionista que ha surgido alrededor de la Game Boy enmascara o idealiza lo que esa consola supuso para miles de jugadores. Hay que recordar que, a día de hoy, las versiones españolas de muchos de los juegos de esta consola son auténticas rarezas sólo al alcance de los coleccionistas más acaudalados. En muchos casos ya no sólo por su elevado precio, si no también por la dificultad de ver algunos de sus títulos a la venta -pueden pasar años sin que los más raros del catálogo aparezcan para su compra- y en numerosas ocasiones, se mueven en círculos muy cerrados de coleccionistas. El mundillo del coleccionismo de Game Boy ha formado una (no tan pequeña) familia donde casi todos se conocen, y como en todas las familias, hay amor y odio, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
A nivel personal, he de reconocer que Game Boy es uno de mis sistemas fetiche. Desde el momento que encendí mi consola, con el inmortal Space Invaders insertado en su slot de cartuchos mi mundo cambió para siempre. A partir de aquel día, no he dejado de jugar a esta consola, y títulos como Tetris, Alleyway, Motocross Maniacs, Bubble Ghost, The Legend of Zelda: Link’s Awakening y muchos, muchos otros me han acompañado desde entonces. Frente a la complejidad de los videojuegos actuales, la sencillez de sistemas como éste muchas veces son un soplo de aire fresco para nuestras ajetreadas vidas.
Quizá deberíamos parar de vez en cuando, sentarnos en el sofá, y encender, una vez más, nuestra vieja Game Boy. Escuchar de nuevo ese sonido característico, que acompañaba al logotipo de Nintendo y auguraba que una nueva aventura estaba a punto de comenzar, e intentar sentirnos otra vez como ese niño que hace 30 años disfrutaba sin más preocupación que la de pasar la tarde junto a su maquinita de su videojuegos favorita. Porque, a fin de cuentas, ¿de qué trata todo esto si no es de disfrutar de los videojuegos?
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18 agosto, 2019 a las 2:23 am
Gameboy fue mi primera consola y la que hoy colecciono. Nostalgia a flor de piel leer post como este